Pilar.- Sesiones regulares de Yoga Tibetano Lu Jong.

<< Serenidad, paz, luz, compasión. Si me conocieras en persona seguramente no me asociarías a alguien que practica yoga tibetano: soy un terremoto, muy activa, nerviosa, locuaz, impaciente, extrovertida… Sin embargo, pese a gran parte de la creencia popular, justamente estas características de mi ser son las que me han llevado a buscar esta fuente de estabilidad y plenitud. En efecto, en ese sentido el yoga tibetano está asociado a la tranquilidad del espíritu, de tu mente y de tu cuerpo; porque precisamente es todo ello lo que se consigue gracias a esta práctica.

Personalmente, sigo siendo la misma persona dicharachera, pero con mucha más paz interior. Y no solo estoy hablando de manera trascendente, sino también de beneficios muy concretos: desde el ganar o el recuperar energía, fuerza, optimismo; el angustiarse muchísimo (y subrayo: muchísimo) menos ante los problemas, las incertidumbres, los desafíos; el perdonar más fácilmente al otro, el no enjuiciar, el intentar ser más paciente; hasta mejorar en hechos que parecen tan descontados como el reflexionar, el dormir o el respirar (además de los evidentes beneficios a nivel físico y del organismo).
Los resultados se observan desde el principio: primero de manera momentánea, y poco a poco integrándose en tu vida hasta cambiarla de forma increíblemente positiva.
Si me conocieras por la calle no dirías que práctico yoga tibetano (pero tampoco dirías que el estrés y la tensión eran parte de mi cotidianidad). Ahora sabes, incluso, por qué lo hago.>>